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viernes, 5 de febrero de 2016

La mirada y la muerte

La mirada de un niño reconociéndose en el espejo.
Reconociéndose en el espejo
Supongo que produce desazón a cualquier ser humano el hecho de que cada uno de nosotros sólo podamos conocer nuestra apariencia física mirándonos en un espejo. Es la tremenda paradoja de poder ver todo menos nuestro propio cuerpo en su conjunto, como faros que iluminan todo lo que les rodea menos su propia estructura.

Cuando nos enfrentamos al espejo aprendemos que la persona que está ahí es una simple copia nuestra que repite milimétricamente nuestros movimientos. ¿Qué puede producir más pavor que pensar que no lo va a hacer?

Todo esto me viene a la cabeza pensando en las personas que han tenido lo que se conoce como experiencias cercanas a la muerte (ECM) en las que relatan haber visto su cuerpo fuera del mismo y desde distintas posiciones.
No voy a entrar a discutir sobre la validez de los datos recogidos hasta la fecha o la posición de quienes no aceptan los hechos ante la carencia de una explicación racional.
Lo que me llama la atención de estos casos es que los sujetos de estas experiencias tienen la sensación de estar viendo un cuerpo ajeno a su consciencia: no esperan que éste responda a su voluntad, como sí ocurre cuando se está ante el espejo.
No dejo de pensar que este hecho tiene que producir un impacto emocional de intensidad muy diferente, tan diferente como para que no se pueda confundir en uno y otro caso.

Dicho ésto señalo que para reconocer una evidencia no necesitamos disponer de un cuerpo teórico que la explique sino de unas bases lógicas que la validen. Reconocer la realidad es la primera condición para encontrar una explicación que nos permita su comprensión.